viernes, 15 de marzo de 2013

Estamos ante una difícil encrucijada para la filosofía en los centros educativos. Para muchos de nuestros alumnos y nuestras alumnas resultaría hasta un alivio que esta materia desapareciera. No tienen en cuenta que una formación integral de la persona debería ser el objetivo primordial de la educación y la filosofía ayuda a lograr esa formación integral de las personas con las que trabajamos en los institutos.
No trabajamos con muebles que carecen de capacidad para razonar o argumentar, que pueden tener opiniones acerca de aquello que quieren en su vida y del tipo de vida que desean. Trabajamos con personas que han de formarse para poder crear un proyecto de vida en el que se incluyen valores, ambiciones, deseos y esperanzas, que necesitan tener un espíritu crítico para saber seleccionar entre todo lo que esta sociedad ofrece aquello que es para ellos más adecuado o correcto.
Esto, además de una capacitación profesional, que por supuesto es importantísima, nos capacita como personas, como ciudadanos y ciudadanas, como personas autónomas e independientes capaces de crearse su propio espacio en esta sociedad y de llegar a convertirse en aquello que con nuestro trabajo diario en las aulas intentamos lograr: que de nuestras aulas salgan personas capaces de asumir las riendas de su vida y capaces de luchar contra aquellas injusticias a las que debemos enfrentarnos cada día.
Sé que esto servirá de poco, pero a diario me enfrento a alumnos y alumnas que necesitan más que nunca adquirir las competencias que desde la filosofía podemos proporcionarles. Están pidiendo que se les guíe, que se les oriente hacia aquello que es mejor para sus vidas, y nosotros y nosotras, sus profesores de filosofía, aspiramos a que algún día no necesiten que nadie les guíe.
Así que, hoy más que nunca, un poquito de filosofía en nuestras vidas, aunque haya a quién le resulte molesta.